De los temblores

A pesar de todos los intentos, no por olvidarla, de quererla menos, de que no me duela su ausencia, de que el piso no se me mueva, aún cuando la separación ha sido larga, hoy confieso que me mueve el piso y de qué manera, todavía tiemblo, literal, han pasado más de 5 minutos desde nuestro encuentro en el ascensor y al encontrarse ella con una compa del trabajo y para guardar las apariencias nuestro saludo no pasó de un beso en la mejilla con un “hola cómo vas?” como si fuera cualquier persona y el incómodo silencio mío, tratando de evadirme en la música, dándole la espalda y golpeando nerviosamente mi botella de agua, mientras que ella seguía su conversación como si nada, y el maldito ascensor que no subía a la velocidad habitual y luego un chau general me sacó de ahí de su cercana presencia que me movía el suelo, los sismos persisten y sólo me preguntó ¿por qué me cuesta tanto dejarla ir? Si se supone que en la onda racional ya acepté que ella se fuera, que las cosas están más allá de mi alcance.
Estimada compa si lees esto sabrás que todavía tienes esa calidad de ser una mujer “hermosa y terrible como un ejército dispuesto para el combate” y de disparar a discreción mis tropas serían tan vulnerables como un flan ante un niño con cuchara.
Acabo de escribir y sigo temblando.